El poder del ejercicio físico para sanar emocionalmente tras una pérdida

El dolor de perder a un ser querido es algo que no se puede explicar con palabras. Es un golpe que te deja vacío, sin aire, como si el tiempo se detuviera. Cuando alguien a quien amas ya no está, es fácil sentir que el mundo pierde su color, que todo lo que antes tenía sentido ya no lo tiene. En esos momentos oscuros, descubrí algo que nunca pensé que sería tan importante: el movimiento, el simple acto de hacer ejercicio, de mover el cuerpo como una manera de liberar el alma.
Cuando me enfrenté a mi propia pérdida, no sabía por dónde empezar. Las mañanas eran especialmente difíciles. Me despertaba con una sensación de vacío, con el peso del duelo aplastándome el pecho. Había días en los que salir de la cama ya era una victoria, y la idea de hacer algo tan simple como caminar parecía inalcanzable. Pero un día, casi por accidente, me encontré en una clase de yoga. Nunca había practicado yoga antes, pero algo en esa experiencia me hizo sentir un poco más ligero, un poco más conectado conmigo mismo.
El yoga se convirtió en mi refugio, mi momento de calma en medio del caos. Las posturas, las respiraciones profundas, el simple hecho de detenerme a sentir mi cuerpo me ayudaron a procesar mis emociones de una manera que no sabía que era posible. A través del yoga, aprendí a aceptar el dolor en lugar de luchar contra él, a permitirme sentirlo sin dejar que me consumiera. Cada postura, cada inhalación y exhalación consciente era un recordatorio de que estaba vivo, de que mi cuerpo seguía aquí, incluso cuando mi corazón se sentía roto.
A medida que continuaba con el yoga, empecé a explorar otras formas de movimiento. Salía a caminar por el parque, no porque tuviera ganas, sino porque necesitaba hacer algo, cualquier cosa, para no quedarme atrapado en mi tristeza. Al principio, mis caminatas eran cortas, lentas, casi mecánicas. Pero con el tiempo, descubrí que esos paseos me ofrecían algo que no había esperado: claridad. Mientras caminaba, podía pensar en mi ser querido, en los recuerdos que compartimos, y en lugar de sentir solo dolor, empezaba a sentir gratitud por haber tenido a esa persona en mi vida.
El movimiento tiene una manera única de sanar. No se trata solo del cuerpo, sino también de la mente y el espíritu. Recuerdo cómo, poco a poco, esas caminatas se convirtieron en carreras. Nunca me había considerado corredor, pero había algo increíblemente liberador en el simple acto de correr. Sentir el aire en mi cara, escuchar el sonido de mis pasos golpeando el suelo, me hacía sentir vivo de una manera que no había sentido en mucho tiempo.
Cuando comencé a probar nuevas actividades, me animé a asistir a una clase de zumba. Al principio, me sentía fuera de lugar. No sabía los pasos, me sentía torpe, y por un momento pensé en abandonar. Pero entonces, algo cambió. La música empezó a sonar, y el ritmo se apoderó de mí. Por primera vez en meses, me permití disfrutar, reír, incluso equivocarme sin preocuparme. La zumba me enseñó que el ejercicio no tiene que ser serio ni perfecto; puede ser divertido, puede ser un espacio para desconectar y simplemente estar presente en el momento.
El duelo nos afecta de muchas maneras. Nos hace sentir cansados, apáticos, desconectados de todo lo que nos rodea. Pero el ejercicio tiene el poder de romper ese ciclo. No importa si eliges yoga, zumba, caminar o cualquier otra actividad; lo importante es moverse, aunque sea un poco. El movimiento genera endorfinas, esas pequeñas moléculas de felicidad que nos ayudan a sentirnos un poco mejor, aunque sea por un momento.
La conexión entre el ejercicio y la salud mental es algo que, muchas veces, no comprendemos hasta que lo vivimos. El simple hecho de mover el cuerpo puede ayudarnos a procesar nuestras emociones, a liberar la tensión acumulada, y a encontrar pequeños momentos de alivio en medio del dolor. A través del ejercicio, aprendí que no estaba solo, que había otras personas enfrentando sus propias batallas, y que juntos podíamos apoyarnos.
Conocí a muchas personas en este camino, cada una con su propia historia, su propio dolor. Había quienes practicaban yoga para encontrar calma, quienes corrían para liberar su frustración, y quienes bailaban zumba porque necesitaban un recordatorio de que todavía podían sonreír. Cada uno de nosotros encontraba en el movimiento una forma de sanar, de reconectar con el mundo y con nosotros mismos.
Recuerdo una conversación que tuve con alguien en una clase de yoga. Hablábamos sobre cómo el dolor puede ser tan abrumador que a veces parece imposible seguir adelante. Pero esa persona me dijo algo que nunca olvidaré: «El movimiento es vida. Mientras sigas moviéndote, estás avanzando, aunque sea despacio.» Esas palabras se quedaron conmigo, y cada vez que sentía que no podía más, las recordaba.
El ejercicio no es una cura mágica. No elimina el dolor ni borra la pérdida. Pero lo que sí hace es ofrecernos un espacio para respirar, para sentirnos un poco más ligeros, aunque sea por un momento. Nos recuerda que todavía somos capaces de sentirnos vivos, de conectar con nuestro cuerpo, y de encontrar pequeñas dosis de alegría en medio de la tristeza.
Poco a poco, empecé a incorporar el ejercicio en mi rutina diaria. Algunos días hacía yoga, otros salía a caminar, y otros simplemente me sentaba en el suelo a estirarme. No importaba lo que hiciera, siempre encontraba un poco de alivio en el movimiento. Y lo más importante, empecé a darme cuenta de que el ejercicio no solo me ayudaba a mí, sino también a las personas que me rodeaban.
Cuando cuidamos de nosotros mismos, estamos en una mejor posición para cuidar de los demás. Al priorizar mi salud física y emocional, me sentía más capaz de estar presente para mi familia y mis amigos. El ejercicio se convirtió en una forma de honrar a mi ser querido, de mantener su memoria viva mientras cuidaba de mí mismo.
El proceso de sanar después de una pérdida es largo y complicado. No hay una sola manera de hacerlo, y cada persona tiene que encontrar su propio camino. Pero si hay algo que he aprendido, es que el movimiento puede ser una herramienta poderosa. No importa si es yoga, zumba, correr o simplemente caminar; lo importante es dar ese primer paso, aunque sea pequeño.
Al mirar hacia atrás, me doy cuenta de cuánto me ha ayudado el ejercicio en este proceso. No me ha quitado el dolor, pero me ha dado las herramientas para enfrentarlo, para convivir con él sin dejar que me consuma. A través del movimiento, encontré una forma de sanar, de seguir adelante, y de encontrar momentos de paz en medio del caos.

Saludos 👋

Suscríbete y recibe nuestro boletín mensual

¡No enviamos spam! Lee nuestra política de privacidad para más información.

En Homenaje
En Homenaje
Artículos: 32