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Cuando uno nace en Irlanda, aprende desde niño que la vida y la muerte caminan de la mano. En mi tierra, hablamos de la muerte con una naturalidad que a muchos aquí en España les sorprende. Y tal vez sea por eso que, cuando llega San Patricio, además de celebrar con cerveza y música, muchos de nosotros recordamos a los que ya no están. Porque al final, San Patricio no es solo una fiesta de alegría, sino también un momento para pensar en nuestras raíces, en los que se fueron, y en cómo nos despedimos de ellos.
Recuerdo de pequeño estar en un velatorio en casa de un vecino. La puerta siempre abierta, la gente entrando y saliendo, dejando un plato de comida, un abrazo, una lágrima. No había prisa, no había reloj. Pasábamos horas contando historias del difunto, riendo y llorando al mismo tiempo. Eso es algo muy irlandés: la mezcla de la tristeza con la celebración de la vida.
Los funerales en Irlanda no son silenciosos. Son un canto a la persona que se ha ido. Se bebe, se canta, se llora. Y todo eso ocurre a la vez, como un ritual necesario para poder dejar marchar a quien queremos. Es nuestra forma de decir adiós, aunque nadie quiere decirlo del todo. Y eso, aunque parezca extraño, consuela.
Para muchos fuera de Irlanda, San Patricio es solo un día de fiesta, de trajes verdes, tréboles y cerveza. Pero para los que hemos crecido en la isla, San Patricio es también un símbolo de comunidad. Y la comunidad, cuando alguien muere, se convierte en algo sagrado. No importa si hace años que no ves a esa persona; cuando alguien falta, todos volvemos a casa.
Hay algo en San Patricio que nos recuerda a los que se fueron. Quizá porque es una fecha donde toda Irlanda parece detenerse un momento, aunque estemos bailando. Las historias que contamos ese día, las canciones que suenan en los pubs, muchas veces hablan de amor, de pérdida, de tiempos pasados. Y eso nos conecta, aunque no lo digamos en voz alta.
Cuando muere alguien en Irlanda, es costumbre llevar el cuerpo a la casa. No al tanatorio, como se hace aquí en España. En casa, rodeado de los suyos, entre fotos familiares, tazas de té y el humo del fuego. Me acuerdo de mi abuelo, cómo lo velamos en la casa del pueblo, con la chimenea encendida y la familia sentada alrededor, hablando de él. Eso marcó mi forma de entender la muerte. No como algo frío o distante, sino como un momento de estar juntos, de cuidar a quien se va, y a quienes se quedan.
El velorio no dura solo unas horas, a veces son dos días. Viene el cura, vienen los amigos, los vecinos. Se reza, pero también se ríe. Se reparten sandwiches, pasteles, whisky. Y sobre todo, se habla. Se cuenta la vida del difunto una y otra vez, como si al contarla la estuviéramos dejando grabada en la memoria de todos. Eso es algo que echo de menos aquí, esa manera de sostenernos en el dolor.
Otra cosa muy irlandesa es la música. Siempre hay música en un funeral. A veces alguien saca una guitarra y canta una canción que le gustaba al difunto. A veces, un poema, una lectura. Y aunque estemos llorando, la música nos levanta. Porque en Irlanda, las canciones son historias, y las historias son la vida. Canciones tristes, canciones alegres, pero siempre canciones que nos ayudan a recordar.
Cuando pienso en San Patricio, pienso también en esas canciones. En los pubs, rodeados de amigos, muchos de nosotros hemos terminado cantando baladas que hablan de los que se fueron, aunque estemos brindando por los que estamos. Esa mezcla es muy nuestra.
Desde que vivo en España, he aprendido mucho sobre otras formas de despedirse de los seres queridos. Al principio, todo me parecía muy diferente. Las ceremonias más formales, los tanatorios más silenciosos, la forma de guardar el luto. Me llamaba la atención cómo aquí muchas familias llevan el dolor de manera más íntima, a veces sin tanto espacio para hablar o compartir los recuerdos en voz alta.
Pero con el tiempo, he visto también cómo las cosas están cambiando. Cada vez más personas aquí empiezan a hablar de celebrar la vida del difunto, no solo de llorar su ausencia. He conocido familias que organizan encuentros para recordar a su ser querido, que eligen poner música especial en la ceremonia o leer una carta de despedida. Y eso, aunque sea distinto a como lo hacemos en Irlanda, me ha hecho sentir una conexión muy profunda.
Quizá porque mi pareja es española y mi hija está creciendo aquí, me fijo más en estas cosas. Y veo cómo poco a poco, tanto aquí como allí, las personas buscan maneras de recordar a quien se ha ido de una forma más humana, más cercana. Sin olvidar el dolor, pero también sin olvidar la vida que tuvo esa persona.
A veces, hablando con amigos españoles, les cuento cómo en Irlanda cantamos en los funerales, cómo reímos recordando historias. Y ellos me miran con sorpresa, pero también con una sonrisa, como si entendieran que al final todos buscamos lo mismo: despedirnos sin dejar de sentirnos acompañados. Y creo que esa manera de celebrar la vida del difunto, de mantener su recuerdo vivo en las conversaciones, es algo que nos une, aunque cada país tenga sus costumbres.
Por eso, aunque esté lejos de mi tierra, cuando llega un día como San Patricio, siento que las raíces siguen conmigo. Y al ver cómo aquí también muchas familias empiezan a encontrar su propia forma de rendir homenaje a sus seres queridos, siento que no estamos tan lejos unos de otros. Porque el amor por quienes ya no están es algo universal, que no entiende de fronteras.
Los cementerios en Irlanda también son especiales. Muchos están al lado del mar, en colinas verdes, con vistas que cortan la respiración. Recuerdo ir con mi madre a llevar flores a la tumba de mi padre, y quedarnos allí, mirando el mar, en silencio. No hace falta hablar mucho. A veces solo estar allí, sintiendo el viento, ya es suficiente. Y eso también forma parte del duelo: ese vínculo con la tierra, con el paisaje, con nuestras raíces.
Cuando camino por esos cementerios, veo nombres conocidos, historias de familias enteras. Y pienso en cómo las personas siguen presentes, en los recuerdos, en los lugares, en las historias que seguimos contando. Eso también me lo enseñó Irlanda.
Hay una frase que siempre escuché de niño: «No estamos aquí para llorar su muerte, sino para celebrar su vida». Y aunque a veces cuesta, es verdad. En cada funeral, en cada velorio, aunque el dolor sea grande, siempre hay un momento en el que alguien cuenta una anécdota, y todos ríen. Y esa risa, en medio de las lágrimas, es lo que nos salva.
Por eso creo que recordar estas tradiciones, hablar de ellas, escribir sobre ellas, es importante. Para que no se pierdan, para que otros también puedan encontrar consuelo en esos momentos tan difíciles.
Hay una canción irlandesa que siempre llevo en el corazón, no solo porque fue la que pusimos en el funeral de mi padre, sino también porque sus letras tienen un significado profundo para cualquiera que esté pasando por el dolor de una pérdida. Para mí, resume perfectamente lo que significa despedirse de alguien a quien amamos. Se llama «The Parting Glass», y aunque muchos la conocen como una canción que se canta al final de una fiesta, en realidad es mucho más que eso.
Es una despedida sencilla, pero llena de amor, de gratitud y de memoria. Habla de brindar por los momentos compartidos, de agradecer lo vivido y de aceptar que ha llegado la hora de decir adiós. No es una canción que se cante solo con la voz, sino también con el alma, con ese nudo en la garganta que todos sentimos cuando alguien importante se va.
Recuerdo escucharla en casa, desde pequeño, en reuniones familiares, y también en esos momentos difíciles en los que las palabras no alcanzan. Y aunque ahora vivo lejos de Irlanda, cada vez que la escucho, me transporta de vuelta a mis raíces, a esos abrazos que decimos sin decir, a ese consuelo que solo la música puede dar.
Desde que estoy en España, he compartido «The Parting Glass» con amigos de aquí, y me ha emocionado ver cómo, aunque no entiendan cada palabra, sienten su esencia. Porque al final, el dolor de una pérdida, el amor por quien se va, y las ganas de rendir homenaje a su vida son cosas que todos, en cualquier parte del mundo, podemos entender.
Por eso quiero dejar aquí esta canción, por si alguien la necesita, por si puede acompañar a alguien en ese momento de despedida, o simplemente para recordar que, incluso en la ausencia, el amor permanece.
Escuchar «The Parting Glass» (Subtítulos en español)