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En la prisa del día a día, en el torbellino de responsabilidades, en la costumbre de pensar que siempre habrá un mañana para hacer esa llamada, para decir ese te quiero, para compartir un café con alguien que significa tanto para nosotros, olvidamos la verdad más simple y brutal: el tiempo no se detiene. Se escapa entre los dedos como arena fina y no hay forma de atraparlo.
Nos convencemos de que la vida es larga, que hay segundas oportunidades, que las personas que amamos estarán allí siempre. Pero la realidad es otra. Un día miramos el teléfono y recordamos a alguien con quien no hemos hablado en meses. Otro día recibimos una noticia que nos sacude hasta lo más profundo: alguien se ha ido, alguien con quien creíamos que habría más tiempo.
Piensa en tu madre, en tu padre, en tus abuelos. Aquellos que siempre han estado ahí, con sus historias, con sus risas, con su paciencia infinita para escuchar nuestras preocupaciones, aunque sean triviales comparadas con todo lo que ellos han vivido. ¿Cuántas veces has dejado para después esa visita que llevas meses prometiendo? ¿Cuántas veces has visto su llamada y has pensado «luego le devuelvo la llamada»? Pero el luego es un fantasma que muchas veces nunca llega.
Las relaciones humanas son frágiles, no porque se rompan, sino porque dependen del tiempo que les dedicamos. No se trata solo de las parejas, se trata de todo vínculo que nos une a alguien. Amigos de la infancia con los que compartiste los mejores momentos de tu vida y que ahora, entre agendas ocupadas y mensajes sin responder, parecen haberse desvanecido. Hermanos con los que creciste, con los que peleaste por tonterías, con los que compartiste risas hasta que doliera el estómago, pero a los que ahora apenas ves porque «cada uno tiene su vida».
Luego están esos amores que creíamos eternos, los que daban sentido a los días y que, por no saber cuidar a tiempo, se transformaron en recuerdos. Porque el amor también se enfría, también se apaga cuando no se alimenta. Nos aferramos a la idea de que mañana tendremos otra oportunidad para arreglar lo que hoy dejamos pasar, pero la verdad es que la vida rara vez nos da ese lujo.
La muerte nos recuerda, en su frialdad absoluta, que el tiempo es el único recurso que no se puede recuperar. Lo vemos en el tanatorio, cuando nos damos cuenta de que alguien que fue parte de nuestras vidas ya no está y sentimos el vacío de las palabras no dichas, de los abrazos no dados, de los momentos que pudimos haber compartido pero que, por una razón u otra, dejamos para otro día.
No hace falta que lleguemos a ese punto para darnos cuenta de lo valioso que es cada instante. No esperemos a que sea demasiado tarde para abrazar a nuestros padres, para escribirle a ese amigo que hace años no vemos, para decir «te echo de menos» sin miedo ni orgullo. La vida es ahora, y el tiempo que tenemos con quienes amamos es todo el tiempo que tendremos.
Si hay algo que quieres decir, dilo. Si hay alguien a quien quieres ver, ve. Si hay un amor que está apagándose, haz algo. Porque el reloj nunca se detiene y cuando el momento pasa, ya no vuelve.
La importancia del presente en nuestras relaciones no puede subestimarse. Hay momentos en los que simplemente deberíamos detenernos, respirar y valorar la presencia de aquellos que nos rodean. En una sociedad obsesionada con la productividad, con la inmediatez de la tecnología, con la necesidad de planificar el futuro, olvidamos que lo único real es el ahora.
Cuando compartimos tiempo con alguien, no estamos regalando minutos, estamos dando parte de nuestra vida. Cada conversación, cada mirada, cada gesto de afecto es una huella imborrable en la memoria de quienes amamos. A veces, basta un pequeño gesto para cambiar el día de alguien, para recordarle que es importante, que no está solo en este mundo caótico y acelerado.
Reflexiona sobre los momentos que realmente han dado sentido a tu vida. No son los grandes logros ni los bienes materiales, sino las experiencias compartidas, los abrazos, las palabras sinceras. El día que falte alguien a quien amas, te darás cuenta de que lo que más valoras no es lo que hiciste, sino el tiempo que pasaste con esa persona.
Por eso, no esperes. No dejes para mañana lo que puedes vivir hoy. Llama a tu madre y pregúntale cómo está. Reúne a tus amigos y revive aquellos momentos que creíais perdidos en la memoria. Abre tu corazón y permite que el tiempo que tienes ahora sea un regalo para los demás y para ti mismo.
Cada instante cuenta. Cada relación importa. Porque cuando todo termine, lo único que nos quedará serán los recuerdos de los momentos que no dejamos escapar.